
Esta mañana de camino a Sevilla, mientras conducía, escuchaba la Quinta Sinfonía del genial y universal músico. Me preguntaba qué tiene, qué es aquello que te atrapa desde lo más elemental y te remueve por dentro…
Trasciende desde luego las reglas de la armonía, de la orquestación, de las formas musicales e, incluso, de la música en sí misma. Cuando uno se refiere a la Quinta, habla inequívocamente de él. Volvemos de nuevo al concepto de lo elemental. Puedo imaginarme sus borradores, sus tachones, su infatigable búsqueda que me recuerda en cierto modo a un escultor que siente el bloque de mármol bruto y sabe que debe cincelar hasta llegar a la esencia misma de aquello que está por encima de nosotros y que hay quien asocia a lo divino o a lo místico… En el caso de Beethoven, era encontrar el reflejo más puro de la naturaleza en su música como se refleja un árbol nítidamente en un lago. Pero aún más allá, porque captaba esa fuerta vital e indómita que tiene una tempestad, que mueve las nubes por el cielo y las hace descargar violentamente sobre la tierra indefensa.
Me fascina pensar en esa orquesta de su época, educada y acostumbrada a un tipo de música ilustrada, ordenada, equilibrada y que, de repente, se encuentra forzada hasta los límites físicos del conjunto mismo, ya que lleva a los metales a presagiar su necesidad de cromatismo, así como de una nueva manera de entender la relación entre vientos y cuerdas, como un diálogo sosegado a veces y otras una enzarzada pugna por la supervivencia misma. ¡La percusión incluso se torna protagonista como puño poderoso que zanja una disputa a través de la vehemencia!
Y no me canso… No puedo cansarme de escuchar, de descubrir cada vez esa fuerza interior que nace en el mismo vientre y que te hace sentir más vivo que nunca, emocionarte como la primera vez, reír, llorar… ¡sentirte vivo!
Para los directores, el inicio de la Sinfonía es un salto al vacío. Sólo apto para valientes, para luego conducir febrilmente a la orquesta hasta su colapso y hacer brotar la plañidera súplica del oboe que demanda una tregua, por pequeña que sea.
La determinación, la obstinación, el optimismo ante la adversidad… son las lecciones vitales que esta partitura encierra y que hoy, recordando el aniversario del nacimiento del genio de Bonn, me vuelve a recorrer la espalda y sentirme uno no solamente con él, sino con toda la humanidad.
¡Fabuloso artículo maestro!