
El compositor jerezano Germán Álvarez Beigbeder es uno de esos compositores andaluces de sobrado talento que, por amor a su tierra, deciden sacrificar tal vez su proyección internacional en pos de llevar una vida discreta y lejos de las grandes urbes.
Hoy, 137 años después, me vienen a la mente sus «Apuntes sinfónicos» titulados «Campos Jerezanos» (o Campos Andaluces) según la edición, una obra de factura sinfónica que es mucho más que una postal sonora, ya que desde sus profundos conocimientos sobre el flamenco, así como su vasta formación musical, Beigbeder plasma una partitura de sabor netamente andaluza.
Puedo imaginarme ese campo tan fértil y prometedor que los jornaleros ya prestos se disponen a surcar con sus aperos de labranza. Poco a poco, en el horizonte, alzándose sin prisa, el sol bañará con luz plena aquellos cuerpos que se irán curtiendo bajo el sudor de la promesa de una tierra generosa. La belleza de un tiempo reposado, que casi anuncia perpetuidad por estos lares dará paso a una fatigada melodía flamenca en las cuerdas que, con su profundidad, habla del alma de esos riñones castigados que con mimo a pesar de unas manos ajadas, cuidan de las vides que se convertirán en el caldo dionisíaco representado tal vez a través de los jóvenes vientos festivos y despreocupados. El encuentro de toda la orquesta hará que se entremezclen los ritmos y los temas con gran maestría, dando paso a pequeños solos en los vientos y en las cuerdas que se replican entre sí.
Más adelante, una preciosa melodía pastoral desembocará en un tiento de violín solista que abrirá un épico pasaje lleno de energía buscando una reexposición temática tras abandonarse a las cuerdas agudas. Los temas se reencuentran y se suceden entre sí, mientras, como si el autor estuviera tomando notas en una pequeña libreta acompañada de una copa de vino dulce, se sienta en un rincón de un tabanco cualquiera observando a las personas ir y venir, siendo cronista sonoro de un día en la vida de estas gentes sencillas. La coda, rotunda y sonora, no deja de ser como el sol anaranjado que besa aquellos «Campos Jerezanos», despidiéndose para aparecer al día siguiente con la promesa de perpetuar una estampa sonora increíble, bellísima, inspiradísima.
Tuve la inmensa fortuna (o el feliz designio) de poder compartir esta obra con la Orquesta Álvarez Beigbeder en un monográfico que integraba obras del autor que da nombre a la formación musical y dirigirla en presencia de sus hijos, formando desde entonces una amistad hermosa y sincera.
Recientemente, en el verano que dejamos atrás, pude interpretar en el 30º festival de Eurochestries con la orquesta internacional los «Campos Jerezanos» por primera vez en Francia.